Perdonar es difícil, tanto que hay ofensas que nunca pueden perdonarse. Una de ellas es la infidelidad, concepto que remite a su antónimo: fidelidad, y ésta a sus practicantes: los fieles.
El valor que las diversas culturas han dado a la fidelidad depende en gran medida de las reglas de uso, de las tradiciones religiosas y familiares de una sociedad determinada. Lamentablemente la vara con la que muchas sociedades miden la infidelidad es implacable para las mujeres y laxa para los hombres.
En la antigüedad, las infieles morían en la hoguera, eran apedreadas, desterradas y se les hacía blanco de insultos, mofas y vejaciones sin cuento. Ahí está María Magdalena como ejemplo. En cambio, no se conoce un solo caso en La Biblia misma que hable de un adúltero, porque, aunque existen leyes que imponen penas, la realidad es que hay una tolerancia social convenida para ellos.
Es más, existen sociedades que ni siquiera consideran incluir en sus códigos la infidelidad masculina, y hasta miran con buenos ojos que el varón posea varias esposas o concubinas, pues la poligamia es una práctica no sólo aceptada, sino institucionalizada; su expresión más acabada es el harem del que muchos hombres poderosos del Islam aún gozan.
En nuestra sociedad el adulterio de hombres y mujeres es castigado hasta con cárcel, siempre y cuando se demuestre con pruebas fehacientes la infidelidad, cosa fácil de probar sólo en las películas .Más allá del castigo que el Estado otorgue al infiel, lo importante para la pareja es que el o la ofendida otorgue o niegue el perdón.
Algunas parejas responden que sí, pues finalmente sobrevivieron al descubrimiento de la infidelidad. Pero otras se niegan a otorgar el perdón porque no lograron superar la crisis que supone la infidelidad, debido a que en uno o en otra predominaron los sentimientos de traición, ruptura, pérdida de confianza y desolación.
Muchas veces, a pesar de que la infidelidad pudo ser una "llamada de atención" acerca de que algo funcionaba mal, o una expresión de la falta de habilidades de una y otra parte para desarrollar una buena comunicación, no se ve de manera crítica. Así, sin más se exhibe al o la culpable y, cual condenados por tribunal divino, se les arroja al castigo y se le niega el perdón.
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